La calma
No se puede o no es posible, ya no me acuerdo cómo
lo dijo Ortiz, vivir en permanente estado de
grieta. Pasar de la euforia a la grieta
es adolescente, no maduro,
algo así decía.
Entonces qué es ser adulta. ¿Pasar
a la tranquilidad, casi obsesiva,
y no caer, subir
como un exabrupto?
¿Es no adolescer?
Miller, otro escritor, se reía tanto,
iba por la calle y charlaba
con la gente, en la feria, en los bares,
en un momento en que sufría dijo:
Ah, moriré de tranquilidad.
Sólo dos veces anduve tranquila,
¿o tres?, ¿o cuatro?
Digamos que diez veces anduve tranquila,
y miraba el sol con un respeto mutuo,
nos hacíamos guiños como si yo supiera que más tarde
iba a nublarse, y como si el sol supiera
que a su pesar, a mi pesar,
no iría a defraudarlo, en
el ojo de la tormenta. No,
la calma no era artífice de ningún
pensamiento preconcebido, titilante, sobre la
historia del mundo,
el mundo y yo caminábamos
en esos pocos momentos, como si la grieta
o la euforia
no fueran aplicables
a lo que nos pasaba.
La gente sabe mucho más sobre esto
que una,
la gente sufre y tiene picardía,
y se alegra. Bueno,
sabe mucho más que una.
Por eso ¿qué es la adultez,
don Ortiz?
Si
no adolescer
ni morir
de tranquilidad
(¿sólo al final? ¿en el eterno final?)
o de intemperie.
lo dijo Ortiz, vivir en permanente estado de
grieta. Pasar de la euforia a la grieta
es adolescente, no maduro,
algo así decía.
Entonces qué es ser adulta. ¿Pasar
a la tranquilidad, casi obsesiva,
y no caer, subir
como un exabrupto?
¿Es no adolescer?
Miller, otro escritor, se reía tanto,
iba por la calle y charlaba
con la gente, en la feria, en los bares,
en un momento en que sufría dijo:
Ah, moriré de tranquilidad.
Sólo dos veces anduve tranquila,
¿o tres?, ¿o cuatro?
Digamos que diez veces anduve tranquila,
y miraba el sol con un respeto mutuo,
nos hacíamos guiños como si yo supiera que más tarde
iba a nublarse, y como si el sol supiera
que a su pesar, a mi pesar,
no iría a defraudarlo, en
el ojo de la tormenta. No,
la calma no era artífice de ningún
pensamiento preconcebido, titilante, sobre la
historia del mundo,
el mundo y yo caminábamos
en esos pocos momentos, como si la grieta
o la euforia
no fueran aplicables
a lo que nos pasaba.
La gente sabe mucho más sobre esto
que una,
la gente sufre y tiene picardía,
y se alegra. Bueno,
sabe mucho más que una.
Por eso ¿qué es la adultez,
don Ortiz?
Si
no adolescer
ni morir
de tranquilidad
(¿sólo al final? ¿en el eterno final?)
o de intemperie.
El piano
El bajofondo,
el bajofondo alcohólico del mar me recibe
con un ruido exagerado: un piano
cae y me arrastra con él.
Pájaros navegan,
sonámbulos,
husmean las teclas del piano, les tiran su
aliento, van alrededor
de la caja como pompa fúnebre.
Subo a la superficie envuelta
en algas y plancton.
La soga se desprendió
de mi pie, cae
adonde descansa un piano.
¿En qué momento dejé hundirme
en el bajofondo
de pianos y de pájaros?
¿Mi voluntad eligió vivir?
Un piano descansa en el bajo
fondo del mar,
como un abismo mudo.
el bajofondo alcohólico del mar me recibe
con un ruido exagerado: un piano
cae y me arrastra con él.
Pájaros navegan,
sonámbulos,
husmean las teclas del piano, les tiran su
aliento, van alrededor
de la caja como pompa fúnebre.
Subo a la superficie envuelta
en algas y plancton.
La soga se desprendió
de mi pie, cae
adonde descansa un piano.
¿En qué momento dejé hundirme
en el bajofondo
de pianos y de pájaros?
¿Mi voluntad eligió vivir?
Un piano descansa en el bajo
fondo del mar,
como un abismo mudo.
El tono
Mi voz dice lo que no quiero decir,
mi voz tiene otro tono,
lo que quiero decir no lo dice,
dice otra cosa.
Lo que no digo a veces lo dice mi voz
o el silencio, el mío, lo dice pero
no se entiende. Mi voz larga
un ruido grave, un
comentario gutural, casi sin voz.
Mi voz no escucha lo que digo.
Yo escucho a mi voz decir
otra cosa.
Lo que no digo no puede oírse, y eso
es lógico. Cuando mi voz lo dice
a veces, el tono suena
desligado de mí, el sonido, el tono
es otro.
Lo que quiero decir no se escucha. Mi voz no habla,
semeja un tono
cansado de sí, del otro tono que no dice
más que un comentario, grave, baja
mi voz
cada vez que escucho, sordo el sonido
de lo que digo a veces
en un hilo casi
al otro casi,
una sola
vez que diga
lo que no quiero, mi voz,
oír.
Mi voz dice lo que no quiero decir,
mi voz tiene otro tono,
lo que quiero decir no lo dice,
dice otra cosa.
Lo que no digo a veces lo dice mi voz
o el silencio, el mío, lo dice pero
no se entiende. Mi voz larga
un ruido grave, un
comentario gutural, casi sin voz.
Mi voz no escucha lo que digo.
Yo escucho a mi voz decir
otra cosa.
Lo que no digo no puede oírse, y eso
es lógico. Cuando mi voz lo dice
a veces, el tono suena
desligado de mí, el sonido, el tono
es otro.
Lo que quiero decir no se escucha. Mi voz no habla,
semeja un tono
cansado de sí, del otro tono que no dice
más que un comentario, grave, baja
mi voz
cada vez que escucho, sordo el sonido
de lo que digo a veces
en un hilo casi
al otro casi,
una sola
vez que diga
lo que no quiero, mi voz,
oír.
Irene Gruss (Buenos Aires, 1950)
De La mitad de la verdad
(obra poética reunida, editorial bajo la luna)