jueves, 18 de agosto de 2011

Irene Gruss: Un piano descansa en el bajo fondo del mar



La calma

No se puede o no es posible, ya no me acuerdo cómo
lo dijo Ortiz, vivir en permanente estado de
grieta. Pasar de la euforia a la grieta
es adolescente, no maduro,
algo así decía.
Entonces qué es ser adulta. ¿Pasar
a la tranquilidad, casi obsesiva,
y no caer, subir
como un exabrupto?

¿Es no adolescer?

Miller, otro escritor, se reía tanto,
iba por la calle y charlaba
con la gente, en la feria, en los bares,
en un momento en que sufría dijo:
Ah, moriré de tranquilidad.

Sólo dos veces anduve tranquila,
¿o tres?, ¿o cuatro?
Digamos que diez veces anduve tranquila,
y miraba el sol con un respeto mutuo,
nos hacíamos guiños como si yo supiera que más tarde
iba a nublarse, y como si el sol supiera
que a su pesar, a mi pesar,
no iría a defraudarlo, en
el ojo de la tormenta. No,
la calma no era artífice de ningún
pensamiento preconcebido, titilante, sobre la
historia del mundo,
el mundo y yo caminábamos
en esos pocos momentos, como si la grieta
o la euforia
no fueran aplicables
a lo que nos pasaba.
La gente sabe mucho más sobre esto
que una,
la gente sufre y tiene picardía,
y se alegra. Bueno,
sabe mucho más que una.

Por eso ¿qué es la adultez,
don Ortiz?
Si
no adolescer
ni morir
de tranquilidad
(¿sólo al final? ¿en el eterno final?)
o de intemperie.


El piano

El bajofondo,
el bajofondo alcohólico del mar me recibe
con un ruido exagerado: un piano
cae y me arrastra con él.
Pájaros navegan,
sonámbulos,
husmean las teclas del piano, les tiran su
aliento, van alrededor
de la caja como pompa fúnebre.
Subo a la superficie envuelta
en algas y plancton.
La soga se desprendió
de mi pie, cae
adonde descansa un piano.
¿En qué momento dejé hundirme
en el bajofondo
de pianos y de pájaros?
¿Mi voluntad eligió vivir?

Un piano descansa en el bajo
fondo del mar,
como un abismo mudo.


El tono

Mi voz dice lo que no quiero decir,
mi voz tiene otro tono,
lo que quiero decir no lo dice,
dice otra cosa.
Lo que no digo a veces lo dice mi voz
o el silencio, el mío, lo dice pero
no se entiende. Mi voz larga
un ruido grave, un
comentario gutural, casi sin voz.
Mi voz no escucha lo que digo.
Yo escucho a mi voz decir
otra cosa.
Lo que no digo no puede oírse, y eso
es lógico. Cuando mi voz lo dice
a veces, el tono suena
desligado de mí, el sonido, el tono
es otro.
Lo que quiero decir no se escucha. Mi voz no habla,
semeja un tono
cansado de sí, del otro tono que no dice
más que un comentario, grave, baja
mi voz
cada vez que escucho, sordo el sonido
de lo que digo a veces
en un hilo casi
al otro casi,
una sola
vez que diga
lo que no quiero, mi voz,
oír.



Irene Gruss (Buenos Aires, 1950)

De La mitad de la verdad  
(obra poética reunida, editorial bajo la luna) 

miércoles, 17 de agosto de 2011

Umberto Saba: Bajo una luz de extraña, iridiscente transparencia


 3. Juego número trece

Sobre las gradas un pequeño grupo extenuado
se calentaba con su propio calor.
                                      Y cuando
-desmesurada custodia- el sol ocultó
tras una casa su brillo, la cancha
se aclaró con el presentimiento de la noche.
Corrían por todas partes casacas rojas,
casacas blancas, bajo una luz
de extraña, iridiscente transparencia. El viento
desviaba la pelota, la Fortuna
se ponía otra vez una venda en los ojos.

Era agradable
estar así, tan pocos, tiritando
juntos,
como los últimos hombres sobre una montaña,
viendo desde allá el último combate.


Tredicesima partita

Sui gradini un manipolo sparuto
si riscaldava di se stesso.  
E quand
--smisurata raggiera– il sole spense
dietro una casa il suo barbaglio, il campo
schiarì il presentimento della notte.
Correvano sue e giù le maglie rosse,
le maglie bianche, in una luce d’una
strana iridata trasparenza. Il vento
deviava il pallone, la Fortuna
si rimetteva agli occhi la benda.

Piaceva
essere così pochi intirizziti
uniti,
come ultimi uomini su un monte,
a guardare di là l’ultima gara.


Palabras

Palabras
donde el corazón del hombre se reflejaba
-desnudo y asombrado- en los orígenes; un rincón
busco en el mundo, el oasis propicio
para purificarlas con mi llanto
de la mentira que las ciega. Junto
con los recuerdos espantosos, el cúmulo
se disolvería, como nieve al sol.

Paurales

Paraules,
a on s’emmirallava el cor de l’home
—nu i sorprès— als orígens; un redós
cerco en el món, l’oasi favorable
per depurar-vos amb les meves llàgrimes
de la mentida que us encega. Alhora
dels records espantosos el gavell
s’esvairia, com la neu al sol.

Umberto Saba (Trieste 1883- Gorizia 1957)
De El cancionero
traducción: Ana María del Re

martes, 16 de agosto de 2011

Lucas Soares (Buenos Aires, 1974): El curso de azafato me tiene muy nervioso



y pensé en el trabajo de los enfermeros
que cuidan a esos bebes tan chiquitos
trepados a un soplo de vida 
en ese mundo de incubadoras
y tubos fluorescentes
un pequeño susto
en la más plena
visión de lo prematuro
la noche que a ese bebé
le subió la bilirrubina
y lo metieron en la lámpara con gafas
junto con un compañero de cuarto
coreano al que los padres
le pusieron miguel ángel


*


hoy es un día muy oscuro mi amor
hubiera preferido no levantarme
el curso de azafato me tiene muy nervioso
sobre todo esta fase interminable de entrevistas
sabés el cambio de vida que significaría
poder hacer pie en una profesión en alza     
el local ya no da para los dos, además
vender antigüedades cuando lo que a mí
más me gusta es estar en el aire, ayudar a los pasajeros
hablar con los pilotos, extrañarte en las alturas  
pero hoy me levanté devastado, quizá sea
el presentimiento de que no voy a aprobar 
en la última entrevista me hicieron  
dibujar un animal y yo
hice un perro porque me acordé de lobito
se los dibujé tal cual era pero dije que tenía
treinta años cuando me preguntaron su edad


*


En la casa de la abuela de Lole yo me quedaba a dormir casi todos los fines de semana. Él dormía hasta pasado el mediodía y yo trataba de seguirlo en su sueño pesado y respiración asmática. A la tarde íbamos a buscar a Hugata, el hijo del portero, cuyos padres eran testigos de Jehová, y al que nos gustaba provocar poniéndole ejemplos de situaciones en las que tuviera que hacerse una transfusión de sangre. Pero lo mejor pasaba a la noche, donde con Lole y Hugata poníamos las sillas en una larga fila que iba desde el cuarto hasta el living, y les colocábamos encima unas sábanas. Decíamos que eran nuestras cuevas mentales. Cuando la abuela Irma volvía a casa y nos veía escondidos bajo las sábanas, preguntaba de manera cómplice: “¿dónde están los chicos?”.


*


hay cosas vistas a esa edad
que un día abren las alas como
el pájaro-dinosaurio que intentó
atacarnos mientras corríamos
entre el yuyaje crecido

de eso me debías estar hablando
en esa foto en la que estamos
separadas en el sillón
por un muñeco bebé
que tenía los movimientos
de alguien que se desploma
si no lo sujetás bien


*


ya puedo decir vivo acá

aunque todavía es difícil
despertarme en un país nuevo
y con alguien que apenas conocés 

el fin de semana conocí a mi suegra
cuando íbamos a dormir
los tres en el monoambiente
parecía un pijama party
entrecortado por una tos cavernosa
que me despertaba todo el tiempo

no sabés lo que pensé en esa tos, lo que traté
de descifrar esos espasmos
para llegar a ninguna conclusión
sobre lo que es volver
a sentir todo el trayecto
del aire al respirar 


Lucas Soares (Buenos Aires, 1974)
De Los pormenores (Inédito)    


lunes, 15 de agosto de 2011

Javier Foguet (Tucumán, 1977) En estos días no he visto poetas



 Descripción

A la altura de los ojos
las tres gotas de sangre
de las torres.
Sobre el resplandor de la ciudad
algunas estrellas muy pequeñas,
muy débiles.
Abajo calle con árboles, al fondo
la hilera de últimas casas
tragadas por lomas.
A mi izquierda gran ola chispeante.
A mi derecha tierra de rocío.


Contra la soberbia

La importancia de tus ojos
está en la sombra,
como un tizne viejísimo,
que acumulan en sus orillas..
En estos días no he visto poetas,
hombres que sepan viajar
y no ignoro que es un peso
que cae precisamente sobre mí.
Pero he visto tus ojos. He visto tus ojos.


Si, como lo presiento

Si, como lo presiento,
tendré que reconstruir la casa un día
no debo olvidar la ventana de la cocina
apenas sobre el mármol que da al oeste,
a lo religioso de la luz atardecida del oeste,
filtrada por las ropas tendidas
y la verdura de unas cañas,
de donde adquiere volumen el pan,
el acero, la vasija griega
inútilmente retratada
-la luz sobre el azul femenino-
con la Rollei que rescaté
del olvido de mi padre
para olvidarla después con absoluta justicia
porque el humor de la luz,
el humor de la luz buscó mi padre con su cámara
y en acuarelas y aun en los calculados
y atractivos tonos (para el ojo esmaltado
de un pez secreto) que el plumaje de las moscas tomaría
sobrevolando los reflejos del pastizal
y al contacto con el declive del río
que lleva las aguas y a la luz de retorno
hacia la semi-apertura de la ventana.


A Iquitos por agua
 
El cacao con agua y canela
tenía en los platos el mismo color,
las mismas vetas que los montículos de río
junto a las paredes del barco.
Lo bebíamos todo en silencio. Y escuchábamos.
Conté (porque lo pidieron)
un millón de veces la historia
del vagabundo,
hasta que perdió sentido.
Después, cuando subía al techo
el viento golpeaba las lonas y se sentía
el borbollón de la hélice en popa.
Al atardecer el río se metía en mí.
Los forestales me mostraron
una línea lejana en la tierra
y yo repetí: esa línea
de árboles azules
se llama la ceja de selva.
En ese momento el río era naranja
-un hocico
husmeando la superficie-
y estaba manchado de oscuro
junto a los taludes.
De todo esto me acuerdo.
El árbol de pan es la puerta
de una catedral salvaje.
El hombre que vendió a mal precio
su ternero moribundo
fue primero en la hilera la noche del estofado.
Francoise vio la misma luz que yo
en la boca del Marañón.
Y también el sol acribillado por las hamacas
cruzando la sombra de nuestro piso.
De noche el piloto sigue con un faro
la línea de las orillas o envía delante
una chalupa cuando el canal se oculta.
Los barcos que vienen en la noche
-los toldos, las bombitas encendidas-
parecen una fiesta que deriva.
Repetí la historia
a los que colgaban nuevas hamacas:
el taxi acuático metía su trompa
en las aldeas, dejaba y recogía hombres,
animales, fardos y el oleaje
contra las orillas levantaba
de los palos secos algunos pájaros.
Entonces llegamos;
los que no tuvimos a nadie en tierra
dormimos a bordo una vez más
mirando las luces nocturnas, duplicadas,
de la ciudad isla.
 
Javier Foguet (Tucumán, 1977)
De El humor de la luz, Huesos de Jibia, 2010