Quasar
Digo, esta es mi visión a la distancia: antes, mucho antes de llegar a esta piedra, a esta hora de montaña en la alta puna, a este horizonte de nubes arriba desarmándose, he vivido en otras formas los impulsos de un final, pero ninguna como ahora. Cuento la vez que estuve en Mali, ensoñado por la tierra y la música de artistas, buscando dioses en los pensamientos de humo y el culto negro de las brujas; o aquellas noches de Tupiza, arañado por el hambre y las uñas del frío, tratando de menguarlos con el sueño y la verde hoja de coca, la santa madre de los remedios. Y cuento la vez de Cachi, ante el nevado de sus amaneceres, cuando todos hablaron de esta aparición nocturna: una luz en éxtasis y un estallido aflorando, esparciéndose rápido por el espejo de Brealito hacia el fondo de la laguna. Cuento las veces que me dije: todo ha sido mucho, y nada suficiente; sin embargo, llega el tiempo de irse. Solito, como un diablo, irse. Y me recuerdo diferente en esos casos, ya lejos de mí; el corazón bombeando todavía loco, latiendo a pulso de tormenta, de carnaval, enceguecido por los rayos.
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Es la hora. Nos acaricia el rayo y en el estampido, bajo el polvo, el planeta es esta geografía de átomos desorbitados, constelando pura emoción. Me voy quedando silencioso sobre el contorno de la cordillera, hago fugaz el reconto y me inundo de poblaciones. Pasan los recuerdos, todos juntos, como pequeñas ventanitas de cine. Veo tu figura en un cometa que viene de lejos, y sucede el eclipse: dos cuerpos animados por la gravedad, enfrentados a la línea del ojo. Se suspende el ruido y sus verdades: la fuga del carbono, la sensibilidad de la energía, la expansión de la materia, el primer sonido, las olas de tiempo; y presiento que nos vamos naciendo nuevamente, caprichosamente, por esa traslación y rotación de un algo que llamamos vida. Pero sólo es pensamiento, como ahora, que vos y yo nos parecemos y estamos solos en un cuarto, nuestra selva caudalosa de ternura, dos meteoritos encumbrando su destino.
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Lo que sentimos es una explosión. Hay algo viniendo, llamándonos. Podríamos salir a las calles y ver hacia arriba expandirse la luz, ser azotados por ella sin entender. Pensemos que somos tan ínfimos. Vos estás sentada a mi lado tarareando una canción acerca de lunas, pájaros y monstruos. Me mirás en el reflejo de la ventana, hacés muecas, me sonreís. Te acordás de la primera vez que te invité a dormir, en que pusimos esa canción suelta con trasfondo melodioso de jueguito electrónico japonés. Si las estrellas fueran del tamaño de una gota las juntarías en un frasco, me decís. Y es un sentimiento exquisito, como estar juntos en una película en el momento cumbre de la escena sexual. Un dejarnos ir por la borda en plena caída hacia una nueva dimensión, sin miedo a golpearnos con todo, y en el final cumplir con olvidarnos.
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Tal vez deba quedarme dormido. Y de lejos ir escuchando tu voz. Atravesar a oscuras el imaginario túnel de un tiempo cíclico, en espiral. Vos me dirás que me fije en lo que va diciéndome el sueño, que soy un cosmos invisible flotando en esa ola de infinito plano interior. Te quedarás mirando mi cuerpo tendido a lo largo de la cama neutra. Y pensarás en mí como una piedra suspendida en el espacio adentro. Una piedra yendo a la distancia de los astros y galaxias, cuyo viaje no es del tiempo de este mundo, donde todo es convencional, y nada más que una ficción.
Martín Maigua (Salta,1978)
Quassar es un poema inédito