miércoles, 31 de agosto de 2011

Martín Sánchez: Los radares no detectaron a tiempo el pesado naufragio



Por mi parte prefiero más negros lindos como esos
que se visten con prendas deportivas
mal combinadas.

Van fumando en el tren
con las ventanillas abiertas en invierno
escuchan el eco del convoy contra las paredes
(de esos opacos muros surgen los trazos
de nuestros más salvajes sueños).

Ellos se paran se marean hacen equilibrio
en el pasillo del vagón no precisan esquivar a los pasajeros
les abren el paso con un temor reverencial.




Expulsados cada uno por su lado
quedamos fascinados con el calado de las veredas del Paraíso
pisamos los frutos contra las baldosas
son microbombas libertarias
que nos embarran cada vez más.

A contramano de las flechas pintadas en las paredes
ponemos el grito en un lado y los huevos en otro
oímos a los grillos del pavimento
la luna es nuestro referente.

Nos tropezamos unos con otros
en las calles circulares de Ciudad Jardín
y todos vivimos bajo la amenaza de una lluvia púrpura.




El Servicio Meteorológico Nacional
emitió un alerta
por “sudestada”.

Un viento frío, fuerte, mojado
golpeará de costado por debajo
a esta ciudad desmesurada
que (discúlpenme el lugar común)
se expande como una mancha de aceite
sobre la llanura.

Hidrocarburo incontinente
avanza y avanza a su ritmo
tornasolando todo lo que se le interponga

Dinosaurios
pasturas, guanacos, ciervos,
querandíes, puelches, españoles, franceses, ingleses, criollos,
gauchos, tanos, gallegos, judíos, turcos, gitanos
estancias, industrias, edificios, departamentos, oficinas
casas, ranchos
y cabecitas negras.

El viento colabora con el revuelto
empuja y empuja
su fuerza centrífuga nos arroja por la borda a un río furioso
levemente resentido
que devuelve a lo que quedó de nuestras costas
botellas plásticas, bolsas de nylon, deposiciones
ofrendadas en forma sistemática
hasta apenas minutos antes de la advertencia oficial.




Este calor en otoño
provocado dicen por los gases que emanamos
me brinda el combustible necesario
para salir a probar mi disciplina urbana.

Pertrechado con la indispensable cantimplora, altas botas y
demás artículos de camping
fugué hacia un recorte de bañados y pantanos
una reserva de la avanzada de cemento.

Dentro de ella me entregué a sus recorridos establecidos
que tiene por destino una frescura psicológica
creada por bombas que regurgitan el agua
y los patos del lago artificial.

Al borde de los adoquines
admiré la sinergia de las palomas
se desplazaban de aquí para allá sin chocarse
(y hasta compré comida para esos bichos).

Pero cuando se acercaron empujados por la gula
logré patear a algunos miembros de la bandada
lo hice –que quede claro– por su atrevimiento
y el mal olor que tenían.




Cientos de ballenas piloto
aparecieron varadas en una playa perdida del Pacífico sur.

La noticia impactó a los isleños
que en un ejercicio de porfía vitalista
se acercaron y consideraron la posibilidad
de devolverlas al mar.

Era demasiado tarde
los radares no detectaron a tiempo el pesado naufragio
el sol y el calor mataron por asfixia a la mayoría de los cetáceos
el resto
agonizaba.

Las autoridades decidieron entonces
muy a su pesar
comenzar con el proceso de eutanasia.

No se brindaron detalles del método de ejecución aplicado
¿un arponazo al corazón
rifle sanitario
la inyección letal?

En tanto
fue fascinante el espectáculo que brindaron esos cuerpos
desnudos y extendidos sobre la arena.

Al otro día
un terremoto sacudió a la isla.




Finalmente un malón fantasmagórico
me agarró desprevenido y se llevó
la hacienda mental junto a mi alma.

Ahora estoy fresco y tibio
enterradito en el Midland
el subsuelo del lodazal.

Es un éxtasis la carnadura que logro con esta tierra
a la que nunca le di la oportunidad del arraigo.

Pedía todo de mí
y cuando lo consiguió me gratificó de tal manera
que no pude transmitir la experiencia.




Martín Sánchez (Buenos Aires, 1975)
De Lluvia púrpura (editorial Huesos de Jibia)
y algunos inéditos