Joseph Turner: "Tormenta de nieve: Aníbal y su ejército cruzando los Alpes", 18010-12. Londres, Tate Galler
Noche oscura del alma
(Hieronymus Bosch, 1450-1516)
Voy a romper el hechizo
que me separa como un vidrio
de mis ojos.
No es necesario ver.
Pero yo veo
en las astillas la infancia castigada,
los ojos de un caballo
que murió de no andar.
Érase una vez
y ya no es nada:
reliquias
en un cofre encerradas para siempre.
Pero yo continúo
como un ángel en sus cuitas con Dios
con el amor que llamo Dios
y está dormido.
He recibido un insulto:
analfabeto.
Así han querido pagarme mis cabras.
Pero yo estoy aquí
con mi diluvio
y mis encarnizadas actrices
y mis duelos.
No consagro mis ojos a las brasas.
Y no me aparto de ellas.
Temo al sueño liviano.
Al silencio
que se arropa conmigo cuando duermo.
No es necesario ser así.
Tener razón.
Mentir
para que no se juzgue a la verdad.
Pero vivimos a tientas:
un instante y nos vamos.
Yo desearía un poco más.
Hace frío en este cuarto.
La chimenea huele a polvo viejo.
Entre los libros del anticuario hay una hendija de luz.
Ya ni el temor
es mi enemigo.
Fiesta
(Peter Brueguel, 1525-1569)
Hoy mataron un puerco.
Trozaron
la carne involuntaria
entre risas
y festejados insultos.
Esos hombres poseen
una felicidad muscular.
Y son harto expresivos
en la sangre tintos.
Una mujer ha llegado
con víveres
hasta la prieta cabaña
donde ya acicalados
la esperan entre aplausos.
La mujer sonríe.
Deja
los amorosos recados
sobre la mesa
y se marcha segura
meneándose
para esquivar la inquietud de los ojos.
Los hombres han sabido trabajar
y reciben la comida
con beneplácito.
Todos a un tiempo hablan
se chacotean disputando
las deseadas porciones.
Sus pesados
aunque ágiles brazos
manejan
con destreza el cuchillo.
Corre la vida por las gargantas:
la sangre amada del Señor.
Sombras de pájaros
(Vincent van Gogh, 1853-1890)
Enfermé
por no poder seguir mi movimiento.
Mi madre me miró con la piedad
de sus ojos hechos para el fuego.
Aquí estoy tranquilo.
Pienso en los jardines
que ella cuidaba,
en sus sábanas que huelen a sol.
Hacen así las lavanderas
y lo que queda se lo lleva el río.
Recibo cartas,
alguna bebida que me traen
las enfermeras piadosas.
Bebo viendo a mi madre
leer tras la ventana.
Afuera hace frío y pinto soles.
Las lavanderas lavan
una luna que cayó en el río.
Mi madre me dio un hermano:
mi sombra necesaria.
Temer y amar es mi destino.
Ordeno mis tijeras
en la mesa de luz
como sombras de pájaros.
Partiré.
Pero tendré que llegar a la partida.
El cielo es un océano con ojos.
Los ojos de la pasión
(Joseph Turner, 1775-1851)
Vuelo sobre vientos.
Soy de una libertad tangible.
Me parió una tormenta
y me destruye como a un barco.
Soy macizo en el mar
como la niebla:
hendido
por el humano rayo de la luz.
Pasión:
cuántos ojos se apagan en tu nombre.
Siento envidia de esa planta
que lleva
sus hojas al calor del sol.
Indiferente a la vida
que a su lado crece
crece
en su propia vida.
Pinto el mar porque tengo
nostalgia de la tierra.
Me parió una tormenta y me destruye
como a un barco.
Mutilaciones
(Frida Kahlo, 1907-1954)
Oh, Paraíso.
Pesadilla de la vigilia.
No soy yo quien te invoca
sino las tímidas
criaturas del placer.
Una boca de pez
en un cuerpo de acróbata.
¿Eso eres?
¿Quién soy?
Madera navegante
podrida por la sal.
Trenzan unas niñas
sus bucles de crepúsculo.
Sus cuerpos apenas
desnudos por la sombra,
dormidos
en su reciente despertar.
Estamos excluidos,
sueño mío. Lo cercano no puede
rozarse con un dedo.
Mi destino es hablar para la fruta.
Pero siento que el agua
se estanca dentro mío.
El aire.
La sangre.
Oh, sueño mío,
resiste.
Aullidos
(Edvard Munch, 1863-1944)
Del otro lado de la calle
se escuchan todavía
los gritos.
Una sirena
le pone música
a la distancia.
Casi todos
los días
lo mismo:
el silencio no para
de sonar.
Pero esos gritos
hoy
y la sirena,
el estilete entrando en la garganta.
No es universo
todavía
mi angustia.
Pero siento ya el campo
sembrado.
Eduardo Mileo (Buenos Aires, 1953)
De Poemas de pintores (inédito)