domingo, 4 de septiembre de 2011

Jorge Teillier: Es mejor morir de vino que de tedio





Botella al mar

Y tú quieres oír, tú quieres entender.
Y yo te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para tí, ni para mí, ni para los iniciados.
Es para la niña que nadie saca a bailar,
es para los hermanos que afrontan la borrachera
y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas o poderosos.



Nostalgias del far weat
a Mary Crow

No soy un General activo ni en retiro
y sólo he sentido silbar balas en mis oídos
en las matinees de los miércoles y domingos
en el Teatro Real del pueblo.

Allí aprendí que la justicia se hacía al margen de la Ley,
que estaba a cargo de Tom Mix, o Shane el Desconocido
Al final los pillos, los malos y los delatores
serían castigados
y el jovencito se casaría con la niña.

Añoro los grandes espacios-trigales de las llanuras,
en estos valles estrechos y áridos
"donde el silencio se amortaja como si estuviera muerto"
y me llama la sirena de un bar de Tucson o Fort Collins.

No me gusta Bufalo Bill, torpe cazador de bisontes,
que vendió a Calamity Jane como artista de circo.
Estoy al lado de Sitting Bull y Crazy Horse
que decía que todos los blancos estaban locos
tan locos como Custer que murió con las botas puestas
junto a su regimiento de asesinos de niños y mujeres
no sin antes pedirle un dia de tregua a los Sioux para escapar.

Nostalgias del Far West. Nostalgias de Globe-Trotters y de los pioneros.
Saludo a los Hermanos Clayton y Doc Holiday
el mejor pistolero y dentista del O.K. Corral.
Estoy donde Don Rocha frente a un vaso de whisky.
Si, nostalgias del Far West, nostalgia de rebaños
y trigales infinitos, de lunas azules y de un tiempo sin tiempo.



Bajo el cielo nacido tras la lluvia

Bajo el cielo nacido tras la lluvia
escucho un leve deslizarse de remos en el agua,
mientras pienso que la felicidad
no es sino un leve deslizarse de remos en el agua.
O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco,
esa luz que aparece y desaparece
en el oscuro oleaje de los años
lentos como una cena tras un entierro.

O la luz de una casa hallada tras la colina
cuando ya creíamos que no quedaba sino andar y andar.

O el espacio del silencio
entre mi voz y la voz de alguien
revelándome el verdadero nombre de las cosas
con sólo nombrarlas: "álamos", "tejados".
La distancia entre el tintineo del cencerro
en el cuello de la oveja al amanecer
y el ruido de una puerta cerrándose tras una fiesta.
El espacio entre el grito del ave herida en el pantano,
y las alas plegadas de una mariposa
sobre la cumbre de la loma barrida por el viento.

Eso fue la felicidad:
dibujar en la escarcha figuras sin sentido
sabiendo que no durarían nada,
cortar una rama de pino
para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,
atrapar una plumilla de cardo
para detener la huida de toda una estación.

Así era la felicidad:
breve como el sueño del aromo derribado,
o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.

Pero no importa que los días felices sean breves
como el viaje de la estrella desprendida del cielo,
pues siempre podremos reunir sus recuerdos,
así como el niño castigado en el patio
encuentra guijarros para formar brillantes ejércitos.
Pues siempre podremos estar en un día que no es ayer ni mañana,
mirando el cielo nacido tras la lluvia
y escuchando a lo lejos
un leve deslizarse de remos en el agua.



Carta a un cura rural

Querido amigo, sin duda está usted en un pueblo
encerrado por los barrotes de la lluvia
invitando a cenar a inquietantes personajes
como Apollinaire, Cendrars o Braulio Arenas.

El jardín parroquial no ha perdido su encanto
ni el huerto su frescor.
Siempre se huele a retamos,
siempre se oye el silbido de un tren.

Mientras yo le escribo
creo que usted mira la casa del ahorcado
y sus viejos libros reposan
hasta que lleguen a leerlos sus vecinos.

(Dios mío, déjame admirar a este cura rural
él sabe más que yo de los misterios que nos acompañan
y lo que escribe en verso en su blanca habitación
no es sino un susurro tuyo que yo amaría recoger)

Querido amigo, permítame pues que me una
al huérfano, al caballo golpeado, a sus abejas
y que me sea posible oír sus cantos
en el momento justo del Juicio Final.



Pequeña confesión

Sí, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones.
Me amaron las doncellas y preferí a las putas.
Tal vez nunca debiera haber dejado
El país de techos de zinc y cercos de madera.

En medio del camino de la vida
Vago por las afueras del pueblo
Y ni siquiera aquí se oyen las carretas
Cuya música he amado desde niño.

Desperté con ganas de hacer un testamento
—ese deseo que le viene a todo el mundo—
Pero preferí mirar una pistola
La única amiga que no nos abandona.

Todo lo que se diga de mí es verdadero
Y la verdad es que no me importa mucho.
Me importa soñar con caminos de barro
Y gastar mis codos en todos los mesones.

“Es mejor morir de vino que de tedio”
Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas.
Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano
Cuando se gastan los codos en todos los mesones.

Tal vez nunca debí salir del pueblo
Donde cualquiera puede ser mi amigo.
Donde crecen mis iniciales grabadas
En el árbol de la tumba de mi hermana.

El aire de la mañana es siempre nuevo
Y lo saludo como a un viejo conocido,
Pero aunque sea un boxeador golpeado
Voy a dar mis últimas peleas.

Y con el orgullo de siempre
Digo que las amadas pueden ir de mano en mano
Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron
Y yo gasto mis codos en todos los mesones.

Como de costumbre volveré a la ciudad
Escuchando un perdido rechinar de carretas
Y soñaré techos de zinc y cercos de madera
Mientras gasto mis codos en todos los mesones.

 

Jorge Teillier  (nació en Lautaro, Chile, en 1935 y murió en 1996)