Un poema de envidia por Cavalcanti
¡Ay! mi corazón, aunque suena mejor
en francés, debo decir en mi idioma natal
que estoy enfermo de deseo. Guido, ser
en ti mismo una simple y elegante promesa
igual que tú, significaría que menear la cabeza,
guiñar un ojo, tambalearse contra el ladrillo más próximo
habría capturado una dolorosa felicidad y todo su opaco
alimento en una cercana y cósmica estrofa, ¡ah!
Pero solo me marchito en la tierra, mi lío
personal, y soy incapaz de articular una buena palabra.
Una imagen de Leda
El cine es cruel
como un milagro. Sentados
en la sala
oscurecida nada pedimos
al blanco espacio
vacío salvo que
permanezca puro. Y
de pronto a pesar de nosotros
se ennegrece. No por
la mano que esgrime
la pluma. No hay
mensaje. Nosotros
mismos aparecemos desnudos
en la margen del río
extendidos como águilas mientras
la máquina vuela
más cerca. ¡Chillamos
charlamos corveteamos y
nos lavamos el pelo! ¿Es
nuestro rezo o
deseo que esto
ocurra? Ay, ¿qué es
esta luz que
nos sujeta con fuerza? Nuestros
miembros se estimulan incluso
hasta la vergüenza bajo
este ojo blanco ¡como
si fuera un verdadero
placer amar
a una sombra y aca-
riciar un disfraz!
Poema (Aunque llego una media hora)
Aunque llego una media hora
temprano ya no te he encontrado:
las llaves sin polvillo están sobre
la mesa y el inodoro
sigue burbujeando. ¿Qué
minuto en el subterráneo habría
sido un adiós apropiado?
Si las conexiones hubieran sido
mejores tu dolorida
garganta ¿te habría dejado susurrar
“Adieu, sagesse, me
quedaré contigo para siempre?”
Estoy solo ahora. Nada más
que mi propia cara me mira
desde la ventana, el
disco, este papel blanco.
Me pongo la camisa negra
y las zapatillas, silbo
Glazunov y trato de
animar el cuarto sucio.
Anoche dije “Estoy
enfermo”. Hoy hay mucho viento.
Las cortinas están descorridas
pero el sol se va
a otra parte. He visto
todas las películas. Creo
que me voy a poner a llorar.
Sí. Para matar el tiempo.
Canción para Lotta
No estás realmente enfermo
si no estás enfermo de amor
no hay medicamento
el atareado pasto puede crecer
otra vez pero el amor es un brujo
que envenena la tierra
no estás realmente enfermo
si piensas en el amor como
unas vacaciones de verano
me voy a morir a menos que
mi amor ahuyente pronto
las nubes
y el azul sonría
y broncee mi fuerte
creencia de lo que es el amor.
A mi padre muerto
No me llames padre
dondequiera que estés sigo
siendo tu hijito
que corre en la oscuridad
no podría hacer lo que
dices aunque pudiera oír
tus rosas ya no crecen
mi corazón es tan negro como su
lecho sus delicadas espinas
se han convertido en la molesta barba
de mi cara tú
no debes pensar en flores
Y no asustes a mis
ojos azules con puntos avellana
ni engrueses mis labios cuando
me enfrento al espejo no pidas
que sea otro y no tu
extraño hijo que entiende
milagros menores no la muerte
padre ¡estoy vivo! Padre
perdona a las rosas y a mí
Frank O’Hara ( Baltimore 1926 – Long Sland 1966)
De Meditaciones en una emergencia y otros poemas (Huesos de Jibia)
Traducción: Rolando Costa Picazo