VIGÍA DE FONDO
Esa pequeña voz del sueño o de la vigilia más atenta que la idiota de la familia escucha, los ojos fijos en la gloria de las formas. Intenta traducirla con las mismas herramientas inocentes del vulgo. Pero la engola a veces, la encierra, y no deja a la grácil melodía fluir por dondequiera. Esa pequeña voz que escribe los poemas. Quién, si no ella, podría decir nadie se baña dos veces en el mismo río. Arcaísmo sutil de un pensamiento que no desea ir mucho más allá, de la ofrenda o la celebración de diminutas revelaciones repetidas siempre, una y otra vez sobre la huella de la conciencia humana. Pura emoción que se traduce, se enfría como condición ineludible del recorte y vuelve a llamear, con fortuna, por gracia de resurrección sonora, verbal, a cuyas ancas sentidos y significaciones se tejen como jaez que ornamenta, conduce y permite la monta del caballito flameante. La voz del poema, la voz que el poeta cree su voz. Su condición de vanguardia consiste en ser retaguardia, vigía del fondo, tragafuegos que se funde con la última silueta anónima del cortejo de la feria. Ella lo sostiene, desde lejos, desde atrás, y lo impulsa a ser la cresta. Fondo y figura moviéndose fugaces bajo el tambor del corazón. Las tareas de esta voz: permanecer atenta a lo inútil, a lo que se desecha, porque allí, detalle ínfimo, se alza para ella lo que ella siente epifanía. Las tareas de esta voz: deshacer las cristalizaciones discursivas de lo útil, y tejer una red de cedazo fino capaz de capturar las astillas de aquello que se revela. Atención y artesanía. Las tareas de esta voz: desatarse de lo aprendido que debe previamente aprenderse, y disminuir así los ecos de las voces altas para dejar oír la pequeña voz del mundo. La voz es a menudo correcta, es inteligente, es interesante, pero no es la voz del poema, se ha quedado en los estadios de su formación, se ha desatado del fondo que le da su ser, y ya no fluye por el río que a ambos alimenta. Se ha cortado la marea y la lengua es lengua muerta, no importa cuan famosa sea la patética figura. Sí, yo es otra. Yo es en otras. No en mi voluntad de enunciación. Pero quizás sí en la crianza de mi alma. Si el estilo es el espíritu individual, éste es simplemente quien lleva a cabo el recorte, quien rastrilla en el océano del gran rumor donde el vulgo canta. Y la epifanía es a veces sentido, y es a veces herida del sentido. Si la orfebre engarza bien las chispas de la hoguera, cardúmenes luminosos que saltan siendo, volviendo a ser, materia opaca, entonces el objeto que compone, el poema, es una cicatriz que ante los ojos de quien lee, ante la escucha, vuelve a abrirse en herida resplandeciente, vuelve a ser de quien fue siempre: el vulgo. Por un instante parpadea y da cuenta, da memoria del rumor. Se refleja en el cristal de agua de quien posee también la voz pequeña. Nuestra tarea no es ir lejos, es ir cerca. Construir espejismos que nos ayuden a vernos en el espejo. El lirismo más puro es siempre arcaico. Señala una sola cosa, nuestra pertenencia. A la casa de lo humano, a la casa de la materia. Gloria y fragilidad de su sentido puesto en duda, afirmado, puesto en duda..., en medio del gran coro, por la idiota de la familia.
Diana Bellessi, 1946 (Zavalla, Santa Fe)
De: Lo propio y lo ajeno