Satélites
Para el ojo del astrónomo
somos pequeñas gotas que caen en la tierra
desde un cielo ladeado en sus extremos.
Y para el ojo de los seres queridos
brillan los paneles de los satélites.
No sé explicarlo: es un candado de luz
ahogando la materia oscura.
El astronauta
En la madrugada las estrellas y las ecuaciones
tejen la red de una araña negra
que mastica los huesos de la noche.
Sobre la escuela volaba un avión comercial
que dejaba una cicatriz de humo en el cielo
y dije: “yo quiero ser Neil Amstrong”.
En el guardapolvo llevaba un mapa de ruta
para salir de la atmósfera
y dibujar otro barrio en el cosmos.
Pero los recuerdos felices funcionan
tan sólo como recuerdos felices:
ahora ensayo pasos de astronauta
para cruzar la calle.
La permanencia de la materia
Restos de conteiners
deja el viento en el horizonte.
Mamá salió a cobrar el alquiler,
su pollera se eleva
como una bolsa de plástico.
Somos una familia chica;
la permanencia de la materia
sobrevuela el aire.
El mundo entero se atasca a veces
en una tormenta de escombros.
El cometa
Una ambulancia cruzó la esquina.
Es la única estrella en el cielo
antes de que se interrumpa
la continuidad de cada cosa.
Me lo dijo el ojo convencido del enfermo
que apuntaba desde la ventanilla.
La memoria reducida
a un agónico instante de lucidez
y algunos realizan
el mismo ejercicio de rotación
sobre el manto de lo real
como si nada hubiese pasado.
Siesta
En la hora de la siesta
los taxistas duermen
y participan del sueño colectivo
de los héroes de novela.
Es la dialéctica entre la distancia
y la altura, la esfera celeste
sobre el espacio circular
donde descansan
después de cada recorrido.
Marcelo Díaz (Villa Mercedes,1981)
De: Newton y yo (Editorial Nudista)