Tembladerales de oro
In memoriam Alfredo Martínez Howard
El dolor ha abierto sus puertas al agua de oro del oro que
arde contra el oro el oro de los ocultos tembladerales
que largan el aire de oro hacia los rojos destinos
pulmonares con el acuerdo de los fantasmas de oro
coronados por los juncos de oro bebiendo los
caballos de oro los troperos de oro envueltos en los
ponchos de oro -a veces negro a veces colorado
celeste verde- y el caballero que repasa las lagunas de
los oros naturalmente populares el que se embarca
en las balsas de oro con todos los excesos de
pasajeros de oro que manejan los caballos de oro con
los rebenques de oro bebiendo en la limetilla de oro
del barro de oro de los sueños de los frescos del
oro entre la majestad de las palmeras de oro y de los
ajusticiados y degollados en las isletas de oro bajo de
yacarés de oro del oro del Amor.
De Tembladerales de oro (1973)
Puente Florencia
a Oscar Portela y Florencia Madariaga
I
Todo se olvida.
El rumor es un puente.
El color es un puente.
La mirada de un ciervo que olfatea un tesoro,
es un puente,
y vuela con el ave que se aleja del invierno natal.
Vuelan todos los puentes.
Las comunicaciones estallan en fuego y transparencia.
Solo nos queda el puente del olor del infinito.,
la pasarela para el tigre de los sueños.
II
Ya se aproxima el viejo invierno
con su canción de baja zona;
el horizonte eleva un puente
con el terror de una paloma.
En el estero hay una brisa
con una garza que reposa
sobre la escarcha de una selva
que al agua entra y se desfonda.
Tiene el sonido una esperanza
de libertad, y un fuego de oro.
Olor a ciervos que olfatean
entre las pajas un tesoro.
De Llegada de un jaguar a la tranquera (1980)
Olga Orozco
Cuando la conocí recordé de inmediato
el poema de Milocz que dice en una parte:
“la extraña muchacha de párpados
arcangélicos…”
Después la vi muchas noches de canciones
y de sueños, despedirse de los amigos y par-
tir, en delicadas y misteriosas volantas,
hacia los arenales de la Pampa.
Se alejaba –y se la aleja siempre—como
una esmeralda negra y solar de la independencia
frente a toda capilla literaria.
Estoy seguro de que, cuando viaja, le dice
a su postillón que debe hacer atravesar –sin
miedo—a la volanta por esa Oscuridad Otro Sol
de su fidelidad absoluta a la poesía.
Aldo Pellegrini
Aldo Pellegrini fue un hombre de la materia
divina de lo terrestre y tenía el furor, el
dolor y el color de la infinitud.
Dotado de rebeldía poética, vital, a veces
era áspero, y con la cólera de un arcángel.
Muy tierno con los inocentes, atacó las madrigueras
de las impostaciones literarias, del desprecio, de
la imbecilidad de los poderes, y de la peste de la
técnica mal aplicada.
Su destrucción fue construcción.
Su arcángel, de llamas rojas y blancas, defendió a
poesía como pocos.
Aldo, te ruego que hasta reconocer el primer paraje
del infinito, entornando los ojos, seas áspero con los
primeros vientos solares que salgan a tu encuentro.
Hugo Gola
Con ojos del color de las mágicas nutrias
de los pajonales de la laguna de Setúbal, de
nuestra Santa Fe, aparece, en un Alto Verde, Hugo
Gola, cantando en el horizonte donde brillan
las palabras de las enredaderas sin nombre,
y las rosas.
Luce un pañuelo de cuello que le regalaron
las cigüeñas, que picotean, despacito el corazón
del agua—madre de la poesía.
Un sol, al que él lo tiene como esposado,
para que no se le desbande, acaricia a aquellas
palabras. Alimenta a ese sol con candelas de los
ojos de un planeta vecino, que descubrió hace
tiempo, y guarda ese secreto.
Ese sol le bebe su vino, mientras descubre
nuevas estrellas en la alborada mexicana,
cuando su balcón se llena de cigarras suaves
de la insumisión y de la serenidad.
De En la tierra de nadie (1998)
Francisco Madariaga (Argentina: 1927-2002)