Flecha Verde No tengo don, carezco de toda habilidad, mi arte -se sabe- es disciplina. Nada me ha tocado. Del amor no obtuve sino el vano trébol de la tierra; y del mar, el caracol fallado. No soy como los otros. Ni alado ni dueño de esa fuerza que viene no sé de dónde. Soy arquero. Un vestido, un corazón, una manzana. Mi arma atraviesa las pequeñas cosas del mundo. Soy el que al caer la tarde se interna en el bosque encantado, toca la áspera madera de los pinos y cruza, con el frío acero de la flecha, los nombres encerrados en el corazón de la corteza. Es de noche. Está todo oscuro. Mis flechas han perdido el rumbo. Llevo la última en la espalda. Tenso el arco, el canto de la cuerda en el oído. No se oye nada. Sólo las crujientes hojas del bosque, el batir extraordinario de unas alas. Ya se ha ido. Ya avanza por la noche, por el brillante día, la flecha que no tiene blanco. Dr. Freeze Hago hablar a mi padre. Le pregunto por el color del autito que arrastraba a los siete miembros de la familia atado con un hilo a sus espaldas y que cada tanto volcaba por las imperfecciones de la tierra. Se detenía para levantar a los caídos o arreglar el vestidito de alguna hermana. Pero no se acuerda, tampoco, por qué me dejó tan pequeño. Lo ayudo a recordar. Le hago retroceder hasta la espera del burgués en los pasillos del hospital, interrumpida por la urgente peregrinación de una camilla y el entusiasmo aprendido de la partera. Miento o también oculto. No le digo lo que más odio de él. Cuando se hacía tarde y debía quedarme a dormir en su casa me despertaba en la mañana para verlo afeitarse apoyado en el marco de la puerta hasta el momento en que, sin aviso, retiraba la vista del espejo y me miraba, inmóvil, mitad hombre, mitad papá noel como si le hubieran disparado el rayo congelador. El Hombre Araña Miro el deterioro de un secreto. La callada delación del beso. Yo no quería eso. Yo quería un amor/ espléndido. Alguien a quien decir: tanto, siempre, eternamente. También el cuerpo miente. Un estudiante no llega a superhéroe a no ser por accidente. Demasiado tentar la suerte en el laboratorio. El veneno, el líquido, el animal. Le pudo haber pasado a cualquiera. Lo que vino después ya se conoce: el nuevo bautismo, la fama, la doble vida. Todavía escucho la voz de la experiencia primaria: “¿Nunca cortaste una lombriz?” “¿No que Pedro tiene una araña pollito en su casa? “¿Sabés cuánto vive una mariposa?” … Decí”. Para acostumbrarme a la fuerza que una noche creció en mí practico lucha libre. Tras el otro combate, lo que mantiene la medalla fija contra el pectoral es sudor de ella y yo. Llevo una existencia con visos de normalidad. Si me hace falta salgo a caminar por las paredes. Miro la noche, miro lo que miran los otros, miro la luna. Subo, derivo hasta dar con lo que busco. Cualquiera olvida cerrar una cortina. Entonces me detengo en la felicidad de un cuarto. La mano en lo más alto de la espina. Un movimiento suave y uno brusco, un espectáculo de lujo al borde de la cama. Ahora la luna es una lámpara china. Tengo los labios helados y ha comenzado ha fallarme el lanzarredes. Tal vez ese amor radiante tampoco llegue nunca. No me quejo. El aire pasa suave entre las hojas. La noche esplende. Nadie/ tiene un traje como el mío. Hernán La Greca (Buenos Aires, 1968) De La fuerza (Bajo la luna nueva) |