domingo, 16 de octubre de 2011

Patrizia Cavalli: No tengo simiente que esparcir en el mundo




También cuando se cree que el día
pasó como un ala de golondrina,
como un puñado de polvo
que arrojamos y que no es posible
recoger y la descripción
el relato no hallan sustento
ni oídos, hay siempre una palabra,
una palabrita que decir
aunque sea para decir
que no hay nada que decir.

*

No tengo simiente que esparcir en el mundo,
no puedo inundar los meaderos
ni los colchones. Mi avara simiente de mujer
es demasiado poco para un agravio. ¿Qué puedo
dejar en las calles, en las casas,
en los vientres infecundos? Palabras,
esas sí, a montones,
pero ya no se me parecen,
han olvidado la furia
y la maldición, se han vuelto señoritas,
tal vez de baja laya
pero señoritas al fin.

*

Cuántas tentaciones me encuentro
en el trayecto
que va del cuarto a la cocina,
de la cocina al baño.
Una mancha en el muro,
un papel que hay que recoger
del suelo, un vaso de agua,
mirar por la ventana,
decir hola a la vecina,
acariciar al gato.
De esta manera olvido siempre
la idea principal, me pierdo
en el camino, me descompongo
día a día y es inútil
que intente regresar sobre mis pasos.

*

Miren cómo se deja cautivar
por el bastón que se mueve, por el minúsculo
aleteo de una mosca, por el ruido
de una puerta que se abre.
Y cuando se acomoda en mis rodillas,
parecería que es para siempre,
sus uñas casi penetrándome
la carne. Pero si un pájaro cruza
frente a la ventana, adiós caricias,
adiós besos.
Ella desaparece.
Y a lo mejor, después, regresa.

*

A veces me finjo enamorada:
¡cómo se inflama la vanidad
de mis víctimas! Un rubor oculto,
cierto donaire, me dan las gracias,
una evasión honesta: “Te lo agradezco,
pero no puedo y además
¿qué es lo que ves en mí?”. Nada,
en efecto, más que un cuello algo gastado,
cierta curva de los labios o una saliva
por un segundo olvidada entre las comisuras
de la boca y reabsorbida en el acto.

*

¡Cuán miserable es el destino de los viajes
de los milaneses
en tierras de ultramar
y en medio de los mares! Ahora lo veo,
me doy cuenta, la gente cuando viaja
no me gusta. Prefiero que estén quietos
y al repetirse alcanzan cierta dignidad,
como una casa fea que está siempre ahí,
idéntica a sí misma y poco a poco
se torna un punto estable para la mirada
y en la ternura de los años
se gana un sitio necesario.

*

La ola que se retira y se aleja de la orilla
en donde al levantarse
y derrumbarse hizo su salida
sin saber nada de las otras
que le abrían camino y la seguían
y que eran su avanzar y su quedarse,
perdió la superficie y al entrar de vuelta
en las aguas profundas
se revolvió en su propio cuerpo
donde prepara en los milenios por venir
su próxima idéntica salida,
su próximo idéntico derrumbe.

*

¿De verdad que para salir de la cárcel
hay que conocer la madera de la puerta,
la aleación de los barrotes, establecer la gradación
exacta del color? Se corre el riesgo,
volviéndose un experto, de encariñarse.
Si quieres salir en serio de la cárcel,
hazlo en seguida, incluso
con la voz, conviértete en canción.

*

No te encomiendes a mi imaginación,
no te confíes, yo no te conservo,
no te voy a guardar para el invierno,
yo te abro y te como de un bocado.

*

La casa. Dichoso aquel que es dueño de la casa,
no me refiero a la casa catastral, sino a la casa,
a la casa real. Durante quince años
he sido huésped de mi casa,
un huésped no querido. Oscura,
más luces pongo y más se vuelve oscura.
Dichoso aquel que no ve las curvas, las esquinas,
las sombras, dichoso quien, auténtico propietario,
usa y abusa de aquello que le pertenece.
Yo vivo intimidada por los rígidos cojines,
los libros abiertos, los pasillos inútiles
y feroces, los cuadros colgados, los cementerios
de camisas y bufandas que en cada habitación
yo misma he ido sembrando.

*

Atrás, de pie, de lejos,
de paso, taxímetro en espera,
la miraba, sus cabellos miraba,
¿y qué veía? Teatro mío obstinado,
rechazo del telón, siempre abierto teatro,
mejor marcharse con la función ya comenzada.

*

¿Qué les importa a los muertos
ser olvidados? Nada saben,
ni siquiera que están muertos. Pero somos
nosotros que sabemos que no saben,
o al menos creemos que no saben,
y así creyendo los salvamos. Sin embargo,
bien poco de esto sirve: en efecto,
los vivos se imaginan muertos, más aún,
muertos que ya olvidamos, y con un fatuo
dolor anticipado, aun creyendo
que una vez muertos no sabrán,
se desesperan sin razón
por ser tan prontamente abandonados.

*

Caigo y vuelvo a caer, me tropiezo y caigo, me levanto
y caigo de nuevo, las recaídas
son mi especialidad. ¿Qué más he hecho
sino fingir que salgo y recaer adentro?
Jamás a nadie arrastro yo al caer,
me rodean grandes equilibrios
que, sin embargo, no me sostienen, es más,
precisamente porque caigo se mantienen.
Qué hermosa la pareja aquella de viejos enamorados
que, tomados del brazo, queriendo medirse
llenos de entusiasmo con la cadena
que cierra Ponte Sisto, seguros
de que por estar juntos podrían brincarla,
cayeron al parejo y entrelazados,
no avergonzados pero un poco sorprendidos
de haber perdido el equilibrio estando unidos,
y aun con todo agradecidos mutuamente
de haber caído juntos, de que ninguno de los dos
fuera testigo, de pie y a salvo, de la caída ajena.

*

Inmóvil en el centro de las cosas
sin jerarquía en la materia
toda materia dulce en varias formas
y cada una fuerte noble y absoluta
dúctil me entrego a la naturaleza,
sin propiedad alguna, otra vez suya.



Patrizia Cavalli (Todi 1947, poeta italiana)
De Yo casi siempre duermo (antología poética)

Traducción. Fabio Morábito