viernes, 17 de junio de 2011

Mercedes Araujo: Estrellas, luna, vientos, ríos...



Con mi cola larga, lengua ancha, roja y bífida
mi aspecto marino es más temible que la herida
que puedo causar. Tengo que decirte, no hay nada en mí
que sea tan mortífero como parece,
me gustaría saber cómo es tu vida, si tus viajes
son amables y generosos, si encontraste el sosiego,
yo te contaría que se me ha dado por volar
y alimentarme de lagartijas.

***

Al anochecer, cuando el aire es fresco
puede inquietarme el sonido de las voces de los niños
que se oye repiquetear a lo lejos,
sé que ellos también son predadores
y sanguinarios, yo lo fui, el pequeño cuerpo replegado,
la barriga brillante, empuñando mis deseos
como aguja de zurcir. Por aquí es tan habitual
el chirrido de los hierros,
como el aguijón filoso del grillo topo

***

Tengo deseos de volver y encontrar todavía
a esa tortuga somnolienta,
como si nunca se hubiera ido- le digo a Oscar.
Oscar es un gato que posee un extraño talento,
anuncia cuando alguien en la isla está a punto de marcharse
o de morir. Realiza sus rondas de visitas
como si se tratara de un médico
o un operador en la torre de control de un aeropuerto.
Cuando se acerca y se queda un largo rato
le digo que yo también supe cuándo vos ibas a irte
y que en ese momento hubiera querido descender
al medio de la tierra y descubrir allí
alguna verdad sencilla.


***

Desde aquí, donde se cruzan los cuatro ríos
que atraviesan la isla, puedo imaginarme
que camino hasta unas pocas cuadras de tu casa,
voy con mi cola larga y tengo el pescuezo más ancho,
el hocico grueso, carnoso, corto y los ojos relucientes,
en cuanto tenga algo de tiempo podría volver
a dejarte un ramo de flores pálidas. Ahora pruebo
ser el pato que descansa absorto con las plumas ralas
y el pico rugoso, así como me dejó el vendaval.
Otras veces, según mi costumbre,
intento ser el cordero rojo entre los lobos, un cordero
de ojos claros que sigue a su madre con la mirada perdida.


***

O también podría decirte estoy algo cambiada
si me vieras: vigilo, espero, aguardo el regreso del azul,
tengo los mismos terrores pero saqué pezuñas y colmillos,
de todos los miedos sólo uno persiste,
convertirme en lagarto verdadero.
En el agua encontré un fuerte aliado,
yo lo he bautizado guruvilú, es decir zorra-culebra
tiene sobre mí el efecto más poderoso, la curiosidad.

***

Palpo mi cuerpo, poco voluptuoso,
parece el de una langosta pero con escamas,
la piel durísima me convence de lo inútil
de temerle a las flechas. Ahora sé que los escarabajos
pueden caminar sin dañarse las alas
que todos amamos el vientre que nos nutre
y que el cuerpo que fue echado al pozo prefiere el agua.
Luego de estos meses en la isla, ciertas mutaciones
ocurrieron al cuerpo: la mirada
se disipó, los músculos se aletargaron.
Estrellas, luna, vientos, ríos,
la marea
todo lo enjuaga.


Mercedes Araujo, Mendoza – 1972
De  La isla (editorial Bajo la luna)

jueves, 16 de junio de 2011

Frank O’Hara: He visto todas las películas


Un poema de envidia por Cavalcanti

¡Ay! mi corazón, aunque suena mejor
en francés, debo decir en mi idioma natal

que estoy enfermo de deseo. Guido, ser
en ti mismo una simple y elegante promesa

igual que tú, significaría que menear la cabeza,
guiñar un ojo, tambalearse contra el ladrillo más próximo

habría capturado una dolorosa felicidad y todo su opaco
alimento en una cercana y cósmica estrofa, ¡ah!

Pero solo me marchito en la tierra, mi lío
personal, y soy incapaz de articular una buena palabra.  


Una imagen de Leda

El cine es cruel
como un milagro. Sentados
en la sala
oscurecida nada pedimos
al blanco espacio
vacío salvo que
permanezca puro. Y
de pronto a pesar de nosotros
se ennegrece. No por
la mano que esgrime
la pluma. No hay
mensaje. Nosotros
mismos aparecemos desnudos
en la margen del río
extendidos como águilas mientras
la máquina vuela
más cerca. ¡Chillamos
charlamos corveteamos y
nos lavamos el pelo! ¿Es
nuestro rezo o
deseo que esto
ocurra? Ay, ¿qué es
esta luz que
nos sujeta con fuerza? Nuestros
miembros se estimulan incluso
hasta la vergüenza bajo
este ojo blanco ¡como
si fuera un verdadero
placer amar
a una sombra y aca-
riciar un disfraz!


Poema (Aunque llego una media hora)

Aunque llego una media hora
temprano ya no te he encontrado:
las llaves sin polvillo están sobre
la mesa y el inodoro

sigue burbujeando. ¿Qué
minuto en el subterráneo habría
sido un adiós apropiado?
Si las conexiones hubieran sido

mejores tu dolorida
garganta ¿te habría dejado susurrar
Adieu, sagesse, me
quedaré contigo para siempre?”

Estoy solo ahora. Nada más
que mi propia cara me mira
desde la ventana, el
disco, este papel blanco.

Me pongo la camisa negra
y las zapatillas, silbo
Glazunov y trato de
animar el cuarto sucio.

Anoche dije “Estoy
enfermo”. Hoy hay mucho viento.
Las cortinas están descorridas
pero el sol se va    

a otra parte. He visto
todas las películas. Creo
que me voy a poner a llorar.
Sí. Para matar el tiempo.


Canción para Lotta

No estás realmente enfermo
si no estás enfermo de amor
no hay medicamento

el atareado pasto puede crecer
otra vez pero el amor es un brujo
que envenena la tierra

no estás realmente enfermo
si piensas en el amor como
unas vacaciones de verano

me voy a morir a menos que
mi amor ahuyente pronto
las nubes

y el azul sonría
y broncee mi fuerte
creencia de lo que es el amor.


A mi padre muerto

No me llames padre
dondequiera que estés sigo
siendo tu hijito
que corre en la oscuridad

no podría hacer lo que
dices aunque pudiera oír
tus rosas ya no crecen
mi corazón es tan negro como su

lecho sus delicadas espinas
se han convertido en la molesta barba
de mi cara tú
no debes pensar en flores

Y no asustes a mis
ojos azules con puntos avellana
ni engrueses mis labios cuando
me enfrento al espejo no pidas

que sea otro y no tu
extraño hijo que entiende
milagros menores no la muerte
padre ¡estoy vivo! Padre
perdona a las rosas y a mí


Frank  O’Hara ( Baltimore 1926 – Long Sland 1966) 

De Meditaciones en una emergencia y otros poemas (Huesos de Jibia)
Traducción: Rolando Costa Picazo

lunes, 13 de junio de 2011

Juan Pablo Bonino: Después del té de cada noche







Mi Secreto

Hasta bien entrados mis cuatro años
iba con mi almohada a cada excursión
que me proponían -mi compañera
bajo mi brazo derecho- como una
leve extensión de mi cuerpo.
No concebía abandonarla nunca
ya que con ella me daba ciertos
lujos: acostarme en la luneta del auto
y convertirla en mi segunda cama,
o en el jardín -no importa cuál-
bajo una sombra pródiga, yo era capaz
de soñar y soñar, distraerme del mundo
entre los pliegues de esas plumas.
En aquellas épocas yo imaginaba
que dentro de mi sueñera había
un núcleo de felicidad propio
imperceptible para los demás
que solamente yo notaba. Nunca
quise compartirlo con nadie, por eso
si me preguntaban adónde había ido,
yo me reía -era extraño- tapándome
la cara y buscaba en la superficie blanda
el verdadero mapa del siguiente sueño,
las coordenadas en donde la realidad
se pulverizaba en imágenes privadas.
De todo lo que soñé durante años
puedo evocar el miedo ante un tornado
viniendo por mí en medio del desierto,
y los médanos -como si fueran de agua-
desgranándose como una sombra
frente a mis iris sin amparo.
Después de todo, lo maravilloso
de los sueños es que luego, los ojos
se abren como dos antenas parabólicas
y toda la imaginación se cierra
como la tapa de un cofre, y ya nadie
puede descubrir dónde es que yo
guardo -con recelo- mi secreto.



 Postales

1

Nunca imaginé que el paisaje de Alaska
fuera como es, una acumulación lisa
y fría de autopistas, glaciares y picos
árticos de montañas que sin desearlo
congelan los sueños de sus habitantes.
Así, la primavera en que mis ojos y esta
maravilla se cruzaron, no pude decir
nada, y emergió un leve hálito de mi boca
volviendo gélida cada una de las imágenes
que aún se guarecen en mi memoria.


2

Aquí, la nitidez del desierto
es una foto continuamente velada,
por eso los ojos demoran algunos meses
en ajustarse a la forma en que casi todo
se inunda de un extenso fulgor glacial.
Nadie sabe, quizá sólo los esquimales
puedan acertar a describir la agonía
diaria, los secretos que se murmuran
de oído a oído con las lenguas casi
entumecidas, al borde de un silencio
parecido a la noche que aquí se obstina:
largas semanas como un cielo raso
que esconden el verdadero sueño
en las duras pupilas de sus habitantes.


Los días compartidos

Después del té de cada noche
salgo afuera y acaricio mi yegua,
mis dedos y las palmas de mis manos
se entreveran en su pelaje nocturno
y ya no siento deseos de montarla.
De pie a su lado, espero la llegada
del amanecer como un desconocido,
y sin que me dé cuenta, esa luz
que regala el mundo, alumbra
el lomo de mi yegua y descubro
que los años compartidos al galope
desgastaron sus crines y mis huesos,
y cuando, al arquear mi cuerpo
apoyo mi oído sobre su pecho
ya no advierto el continuo martilleo
de su corazón atravesando los días.

 Juan Pablo Bonino,  1984 (CABA)
Inéditos