lunes, 24 de octubre de 2011

Eugenio Montale: Sestear pálido y absorto



Los limones

Óyeme, los poetas laureados
se mueven solamente entre las plantas
de nombres poco usados: boj, ligustros o acantos.
Yo, para mí, amo las calles que conducen
a las herbosas zanjas donde en charcos
casi secos acechan los muchachos
alguna enjuta anguila:
los senderos que siguen los ribazos
bajan ente el penacho de las cañas
y llevan a los huertos, entre los limoneros.

Mejor si la algazara de los pájaros
se apaga devorada por el cielo:
más nítido se escucha el susurrar
de las ramas amigas al aire casi inmóvil,
y las sensaciones de este olor
que no sabe separarse del suelo
y llueve en el pecho una dulzura inquieta.
Aquí, de las pasiones apartadas
por milagro calla la guerra,
aquí también a los pobres nos toca nuestra parte 
         /de riqueza
y es el olor de los limones.

Mira, en estos silencios en que las cosas
se abandonan y parecen muy próximas
a traicionar su último secreto,
a veces esperamos
descubrir un error de la Naturaleza,
el punto muerto del mundo, el eslabón perdido,
el hilo que al desenredarlo finalmente nos ponga
en el centro de una verdad.
La mirada sondea a su alrededor,
la mente indaga, concuerda, desune
en el perfume que se propaga
cuando más languidece el día.
Son los silencios en los que se ve
en cada sombra humana que se aleja
alguna perturbada Divinidad.

Mas desfallece la ilusión y el tiempo nos devuelve
a las ciudades rumorosas donde el azul se muestra
solamente a retazos, en lo alto, entre molduras.
Después, la lluvia cansa el suelo; se espesa
el tedio del invierno sobre las casas,
la luz se torna avara, amarga el alma.
Hasta que un día, a través de un portón mal cerrado,
entre los árboles de un patio
se nos aparece el amarillo de los limones,
y se deshiela el corazón
y retumban en nuestro pecho
sus canciones
las trompas de oro del esplendor solar.




En el silencio

Hoy hay huelga general.
No pasa nadie por la calle.
Sólo una radio portátil al otro lado de la pared.
Alguien debe vivir allí desde hace algunos días.
Me pregunto qué pasará con la producción.
La misma primavera tarda bastante en producirse.
Anticipadamente, han a apagado la calefacción.
Se han dado cuenta de que es inútil el servicio postal.
No es un gran mal el retraso de las funciones normales.
Es fatal que algún engranaje no engrane.
Hasta los muertos están agitados.
También ellos forman parte del silencio total.
Tú estás bajo una lápida. De nada vale despertarte
pues siempre estás despierta. Incluso hoy,
que hay sueño universal.




Sestear pálido y absorto…

Sestear pálido y absorto
junto al muro ardiente de un huerto;
escuchar entre espinos y zarzas
chasquidos de mirlos, susurros de víboras.

En las grietas del suelo o en la algarroba
espiar las filas de rojas hormigas
que se rompen o se entrecruzan
en la cima de minúsculas parvas.

Observar entre ramajes el palpitar
lejano de escamas de mar
mientras se elevan trémulos chillidos
de cigarras desde calvos montes.

Y caminando bajo el sol que deslumbra
sentir con triste maravilla
como es la vida entera y su penuria
en este andar bordeando una muralla
que encima tiene trozos filosos de botella.




La casa de los aduaneros

Tú no recuerdas la casa de los aduaneros
sobre el barranco a pico de la escollera.
Desolada te espera desde la noche
que en ella entró el enjambre de tus pensamientos
e inquieto se detuvo

El viento bate hace años los viejos muros
y no es alegre ya el sonido de tu risa;
la brújula se mueve enloquecida al acaso
y el azar de los dados ya no es más favorable.
Tú no recuerdas; otro tiempo distrae
tu memoria; un hilo se devana.

Aún sostengo un extremo; mas se aleja
la casa y sobre el techo la veleta
ennegrecida gira sin piedad.
Tengo un extremo; pero tú estás sola,
ni respiras aquí en la oscuridad

¡Oh el horizonte en fuga, donde se enciende,
rara, la luz del petrolero!
¿El paso es éste? (Nuevamente el oleaje
pulula sobre el barranco que se parte...)
Tú no recuerdas ya la casa de esta
noche mía. Y no sé quién se va ni quién se queda.




Tal vez una mañana

Tal vez una mañana caminando por un aire de /vidrio,
árido, volviéndome, veré hacerse el milagro:
la nada a mis espaldas, el vacío detrás
de mí, con terror de borracho.

Luego, como en una pantalla, se detendrán de /pronto
colinas, casas, árboles para el común engaño.
Pero será muy tarde, y yo me iré callado
en medio de los hombres que no se vuelven,
con mi secreto.
                  

Eugenio Montale (Génova 1896 – Milán 1981)
Traducción: Horacio Armani