miércoles, 5 de octubre de 2011

Hernán La Greca: Nadie tiene un traje como el mío



Flecha Verde 

No tengo don, carezco de toda
habilidad, mi arte -se sabe-
es disciplina. Nada me ha tocado.
Del amor no obtuve sino el vano
trébol de la tierra; y del mar,
el caracol fallado.


No soy como los otros. Ni alado
ni dueño de esa fuerza que viene
no sé de dónde. Soy
arquero. Un vestido, un corazón,
una manzana. Mi arma atraviesa
las pequeñas cosas del mundo.


Soy el que al caer la tarde
se interna en el bosque encantado,
toca la áspera madera de los pinos y cruza,
con el frío acero de la flecha,
los nombres encerrados
en el corazón de la corteza.


Es de noche. Está todo oscuro. Mis flechas
han perdido el rumbo. Llevo
la última en la espalda. Tenso el arco, el canto
de la cuerda en el oído. No se oye nada. Sólo
las crujientes hojas del bosque, el batir
extraordinario de unas alas. Ya se ha ido. Ya
avanza por la noche, por el brillante día, la flecha
que no tiene blanco.


Dr. Freeze

Hago hablar a mi padre. Le pregunto
por el color del autito que arrastraba
a los siete miembros de la familia
atado con un hilo a sus espaldas
y que cada tanto volcaba
por las imperfecciones de la tierra.
Se detenía para levantar a los caídos 

o arreglar el vestidito de alguna hermana.
Pero no se acuerda, tampoco,
por qué me dejó
tan pequeño.


Lo ayudo a recordar. Le hago retroceder
hasta la espera del burgués
en los pasillos del hospital, interrumpida
por la urgente peregrinación de una camilla
y el entusiasmo aprendido de la partera.


Miento o también oculto. No le digo
lo que más odio de él. Cuando se hacía
tarde y debía quedarme a dormir en su casa
me despertaba en la mañana
para verlo afeitarse
apoyado en el marco de la puerta
hasta el momento en que, sin aviso,
retiraba la vista del espejo y
me miraba, inmóvil,
mitad hombre, mitad papá noel
como si le hubieran disparado
el rayo congelador. 


El Hombre Araña

Miro el deterioro de un secreto. La callada
delación del beso. Yo no quería eso. Yo quería un amor/
espléndido. Alguien a quien decir: tanto, siempre,
eternamente. También el cuerpo miente.

Un estudiante no llega a superhéroe
a no ser por accidente. Demasiado
tentar la suerte en el laboratorio.
El veneno, el líquido, el animal. Le pudo
haber pasado a cualquiera.

Lo que vino después ya se conoce:
el nuevo bautismo, la fama, la doble vida.
Todavía escucho la voz de la experiencia
primaria: “¿Nunca cortaste una lombriz?”
“¿No que Pedro tiene una araña pollito en su casa?
“¿Sabés cuánto vive una mariposa?”
… Decí”.

Para acostumbrarme a la fuerza
que una noche creció en mí
practico lucha libre. Tras el otro
combate, lo que mantiene la medalla
fija contra el pectoral
es sudor de ella y yo.

Llevo una existencia con visos
de normalidad. Si me hace falta salgo a caminar
por las paredes. Miro la noche, miro lo que miran
los otros, miro la luna. Subo, derivo
hasta dar con lo que busco. Cualquiera
olvida cerrar una cortina. Entonces
me detengo en la felicidad de un cuarto.
La mano en lo más alto
de la espina. Un movimiento suave
y uno brusco, un espectáculo de lujo
al borde de la cama. Ahora la luna
es una lámpara china.

Tengo los labios helados y ha comenzado
ha fallarme el lanzarredes. Tal vez ese amor radiante
tampoco llegue nunca. No me quejo. El aire
pasa suave entre las hojas. La noche esplende. Nadie/
tiene un traje como el mío.


Hernán La Greca (Buenos Aires, 1968)
De La fuerza (Bajo la luna nueva)